Los riesgos de la xenofobia contra una sana convivencia
Fuente: Yovanna Perez Clara, psicoterapeuta del Centro de Atención Psico-Social – CAPS
Fotografía propiedad de VenInformado.
Frase clave: xenofobia
Un alto porcentaje de migrantes y refugiados venezolanos que residen en Perú enfrentan problemas similares a los de muchos peruanos que viven en condición de pobreza o pobreza extrema: pocas oportunidades de trabajo, empleo informal o precario, explotación laboral, nulo o limitado acceso a servicios públicos, etc. Sin embargo, esta población debe lidiar con una situación adicional que los hace más vulnerables, exponiéndolos a un riesgo social más elevado: la xenofobia.
Los medios de comunicación han promovido de manera importante la instalación, en el imaginario social, de una percepción cargada de estereotipos sobre los “ciudadanos extranjeros” que moviliza el temor y el rechazo, y que ha favorecido, más de una vez, los intereses de algunos sectores políticos.
De manera precisa, esa percepción del venezolano encarna una amenaza, ya sea porque nos despojará de algo importante: nos robarán el trabajo, nuestras pertenencias, incluso los maridos; o porque perturbará nuestro modo de vida con sus excesos fiesteros, escandalosos o groseros.
Esta condición no es nueva ni exclusiva de nuestro país. Al mirar las noticias internacionales podemos percatarnos de que la xenofobia es una preocupación en muchas sociedades contemporáneas, y basta con revisar la historia para recordar cómo esta situación ha precipitado más de una barbarie.
¿Qué nos puede decir la psicología del fenómeno de la xenofobia?
El psicoanálisis arroja algunas luces sobre este fenómeno. Freud afirmaba que el “yo”, en sus momentos iniciales, se configura incorporando solamente las sensaciones de placer y satisfacción mientras que, de manera simultánea, expulsa de sí lo que le resulta desagradable o doloroso.
Lacan redondea esta idea diciendo que el “yo” se conforma cuando el niño se identifica con su imagen en el espejo; reconociéndose en esta imagen agradable de sí mismo, a la vez, rechaza lo que es diferente a él. La alteridad comienza a ser percibida como algo tan ajeno como amenazante.
Desde esta perspectiva, la desconfianza hacia lo otro estaría asociada a la constitución misma de la subjetividad. Y es esta desconfianza o rechazo lo que sustenta al racismo y la xenofobia. Se trata de odiar la diferencia del otro que atentaría contra nuestra sensación de unidad y que amenazaría con arrebatárnosla.
Reconocer que el “yo” se constituye excluyendo lo que le es ajeno como amenazante, no significa que debamos aceptar la xenofobia como algo inevitable. La humanidad ha construido todo tipo de prohibiciones y barreras para limitar la expresión del odio que, en última instancia, está ligado a las tendencias más destructivas que habitan en el ser humano, o a aquello que Freud llamó pulsión de muerte.
El problema es que la xenofobia no solo se circunscribe al chiste cruel, al insulto callejero o al gesto hostil pero intrascendente. Cuando el otro se constituye en una amenaza, a la larga, será necesario reducirlo, degradarlo, despojarlo de su condición de sujeto y, por tanto, del ejercicio de sus derechos.
En el “Diagnóstico sobre riesgos psicosociales de violencia de género, trata de personas y explotación sexual” un estudio realizado por CAPS en 2019 con migrantes venezolanos y población peruana en varios barrios de Lima y en el norte de Perú; destacaba que los primeros padecían, de manera recurrente, de diversas modalidades de discriminación en centros de salud y educativos. Por su condición de extranjeros, muchas veces no eran atendidos o recibían malos tratos por parte del personal que ahí laboraba.
«En el hospital, no quisieron atender a una señora porque no tenía papeles y era venezolana”.
Entrevista a migrante venezolana
«La doctora no me revisó, me dijo que no me podía atender, que no era su especialidad, parecía que me tenía asco”.
Entrevista a migrante venezolana
Asimismo, los niños venezolanos reciben, de manera continua, insultos xenofóbicos, provenientes incluso de los propios profesores; y las mujeres venezolanas están más expuestas a la trata ilegal de personas, a sufrir explotación sexual y acoso laboral.
¿Qué podemos hacer?
Si bien es imposible imaginar una sociedad donde todos podamos ponernos de acuerdo y donde los otros funcionen a nuestra imagen o semejanza, confrontarse con la diferencia tampoco implica ver en el otro un enemigo al que debemos denigrar o destruir. La mejor alternativa posible es lograr convivir mejor con la diferencia; definitivamente uno de los principales retos que enfrentan las sociedades modernas.
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